Hoy te traigo un artículo que para mí es una joyita. De 2019, sí, pero sigue brillando. En él, se habla y se investiga sobre el laberinto óseo como reflejo de las estrategias de caza y la filogenia de los carnívoros: «Carnivoran hunting style and phylogeny reflected in bony labyrinth morphometry«
Muy bonito, pero ¿qué es el laberinto óseo? En resumen, se trata de un conjunto de estructuras situadas en el oído interno. Los investigadores del estudio en cuestión se centraron en los canales semicirculares y en la cóclea para desarrollar su investigación. Los tres canales semicirculares (anterior, posterior y lateral) están implicados en el sentido del equilibrio y la orientación, mientras que la cóclea se encarga de transducir las ondas sonoras en impulsos nerviosos (es decir, está relacionada con la audición).
Bien, ¿y qué tiene que ver el oído interno con los métodos de caza? Cuando nos imaginamos a un depredador cazando, generalmente pensamos en aspectos anatómicos como longitud de las patas, presencia de garras, tamaño de los dientes caninos, orejas, ojos, forma y longitud de la cola… Sin embargo, Schwab y sus colaboradores siguieron una línea de investigación que llevaba unos años desarrollándose: utilizar las medidas de los canales semicirculares y la cóclea para, por un lado, relacionarlos con el estilo de caza de diversos carnívoros, y por otro, precisar la historia filogenética de otros carnívoros ya extintos.
Aunque en general todos los carnívoros depredan en mayor o menor medida, la forma de hacerlo puede ser muy diferente de unos a otros. Hablando sólo de cánidos y félidos, las estrategias son diversas: persecución, acecho, emboscada, oportunismo… Estando cada grupo especializado en una o varias de ellas, tendrá asociadas diferentes adaptaciones anatómicas. Los animales que se especializan en el acecho y/o la emboscada suelen tener extremidades potentes, cajas torácicas poco profundas y bastante espacio craneal reservado para ojos y oídos. Sin embargo, otras especies más adaptadas a la persecución (entendiéndose ésta en largas distancias) a menudo presentan cajas torácicas profundas y hocicos más largos, reservando más recursos para el sentido del olfato.
Así, el laberinto óseo también difiere de unos a otros. Tal y como se reporta en este estudio, los canales semicirculares son más amplios en feliformes que en caniformes, ocurriendo lo mismo con la altura de la cóclea. Y tiene mucho sentido, ya que los primeros necesitan ser muy ágiles y veloces para tener éxito en la caza, necesitan un equilibrio soberbio, que les permita cambiar rápidamente de posición sin desorientarse ni tropezar. En otras palabras, necesitan máxima coordinación entre la vista, el sistema vestibular (oído interno) y los músculos cervicales que posicionan la cabeza, para asimilar rápidamente su entorno tridimensional y los cambios (a veces vertiginosos) que se producen en él. Uno de los mejores ejemplos lo encontramos en la carrera del guepardo.
Además de entender de qué manera las medidas del laberinto óseo ayudan a los científicos a esclarecer la historia evolutiva de muchas especies de vertebrados, este tipo de estudios nos enseña también a maravillarnos de la increíble maquinaria de precisión que constituye la anatomía de muchos animales, como es el caso de los félidos.
Bueno, no todos los félidos…
Fuente:
Schwab J. [Julia], Kriwet, J. [Jürgen], Weber, G. [Gerhard], Pfaff, C. [Cathrin], Carnivoran hunting style and phylogeny reflected in bony labyrinth morphometry. Sci Rep 9, 70 (2019). https://doi.org/10.1038/s41598-018-37106-4