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Repite, repite, repite…

«El éxito radica en la ejecución incansable de los principios básicos» – Leonardo da Vinci

Existe una enseñanza que podemos encontrar una y otra vez, en los lugares y en las actividades más dispares: entre las hebras de lana de un tejido, sobre el dorso de un caballo o con una correa en la mano. Es una enseñanza silenciosa, modesta, paciente. Pero profundamente transformadora:

Nada grande se construye sin repetir muchas veces lo más simple.

En el adiestramiento canino, las bases no se superan, se profundizan. A menudo se busca avanzar a toda costa: que el perro haga más cosas, más deprisa, que sea más espectacular. Pero la verdad es que los ejercicios más valiosos (la llamada, la permanencia, el paseo al lado) nunca se dejan atrás. Se repiten. Se refinan. Se convierten en un lenguaje compartido.

Lo mismo nos ocurre a quienes hacemos ganchillo (o crochet, que ahora ha de tener nombre moderno y cool). Punto tras punto, vuelta tras vuelta… a veces deshago lo avanzado porque hay un error en un punto o una tensión mal calculada. No me frustra: lo asumo como parte del proceso. Cada vuelta cuenta, incluso las que no se ven.

La equitación también nos lo recuerda muchas veces. Podemos pasar años montando y aún practicar, día tras día, una buena transición paso-trote. No por falta de habilidad, sino porque hay belleza en la precisión. Porque cada caballo es distinto. Porque tú no eres la misma persona cada día.

Con los perros ocurre lo mismo: cada sesión es una nueva conversación, un nuevo intento de entendernos más y mejor. De sincronizar nuestras mentes y nuestras intenciones.

Hay una ternura especial en la repetición. No en esa repetición mecánica, sin alma, sino la repetición comprometida, consciente, que nace del deseo de hacer bien las cosas. Es la repetición de quien cuida, de quien quiere construir algo duradero.

Cuando practicas con tu perro en lo básico, no estás perdiendo el tiempo. Estás cultivando un lenguaje común. Estás diciendo «me importa esta relación». Igual que quien teje una manta para alguien a quien aprecia. Igual que quien monta, no por llegar más lejos, sino por fusionarse con su caballo.

Sé que hay días en que parece que una no avanza. Días en que el perro se distrae, el caballo rehúsa o se te escapa un punto. Todos tenemos esos días. Pero incluso los errores son parte del camino.

Aprendamos que la perfección es un faro, no una meta. Muchas veces no se trata de llegar, sino de recorrer el camino con constancia, con humildad, con alegría.

Pero sobre todo: con cariño.

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